
El libro incluye tres ensayos de Orozco; uno sobre Borges, otro "Alrededor de
la creación poética" y el más radiante e íntimo, "Anotaciones para una
autobiografía", donde aparece su amor por las piedras, la afición a los
horóscopos y el clima de Toay, su pueblo natal, de "médanos andariegos, cardos
errantes (...) y el viento alucinado". Como agregado visual, la mirada llamarada
de Orozco en la tapa, puesta entre sombras por Eduardo Stupía, autor de la
maqueta original. © La Nacion
.
Esta entrega final, antes de partir, conserva el fulgor de su obra poética.
No son retaceos de vida, ni alaridos quejumbrosos. Los doce poemas -nuevos para
los lectores-, parafraseando a André Gide, son verdaderos alimentos terrestres:
"Cuento de invierno" de amenazante clima; "¿Eres tú quien llama?", donde se
pregunta: "¿Acaso no encontramos lo perdido oculto en los confusos inventarios
del mundo,/ aun en los relatos de las nubes y en los tatuajes de las piedras,
sin haberlo buscado?"; o "Himno de alabanza", un canto que clama: "¡Ah,
sentidos, mis guardianes insomnes,/ refugios instantáneos en un mundo improbable
y sin fondo, como yo!"
Cuenta Becciú que "antes de ingresar en la clínica, en mayo de 1999 [año de
la muerte de Orozco], Olga dejó bien a la vista, sobre su mesa de trabajo, en el
cuartito más retirado de su departamento, dos carpetas caratuladas A y B y siete
hojas con poemas mecanografiados y rubricados, abrochadas a un cartulina en cuyo
dorso, escrita de su puño y letra, había una lista de doce títulos de poemas. La
carpeta A contenía todos los poemas de la lista en proceso de escritura, y la B
los agrupaba mecanografiados y firmados por ella, como dándolos por terminado.
En la hoja que abría la carpeta A había escrito, a modo de título, Ultimos
poemas".
El volumen recién editado de su
Poesía completa , en Adriana Hidalgo
Editora, de 480 páginas, bajo el cuidado de Ana Becciú y con un exhaustivo
prólogo de Tamara Kamenszain, me remite a esas tardes inolvidables, a la voz
grave y arrulladora con la que leía sus poemas. Quisiera festejar entonces que
sus once libros de poesía -deslizados algunos títulos al comienzo de este
artículo- aparezcan reunidos, con el feliz agregado de su libro póstumo,
Ultimos poemas .
La chef en cuestión era Olga Orozco. Y me remito a su cocina, porque allí la
conocí -recién galardonada del Premio Juan Rulfo-, mientras preparaba una sopa
de aroma tan casero que daban ganas de quedarse para siempre.
Finalmente, destapaba la olla y convidaba su preparación de poemas
exquisitos.
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