El afecto necesita tiempo y espacio compartido
En esta vida agitada se tiene poco tiempo para estar juntos, con la pareja,
con los hijos. Ello preocupa, y la defensa se hace diciendo que no importa tanto
la cantidad de tiempo como la calidad, la intensidad del contacto. Se dice que
es mejor una hora intensa que una tarde de tedio. No todas las presencias son
igualmente importantes.
Algunas personas son comparsas, pero otras, más
bien pocas, son fundamentales. A estas últimas se les denomina significantes,
aunque las primeras no deben calificarse de insignificantes, pues forman también
parte de la red de afectos. Se necesitan las presencias significantes, aun con
mayor urgencia que el alimento. Es necesaria compañía auténtica; cuando ello no
ocurre, los seres humanos se convierten en desnutridos afectivos.
Es una
urgencia sentir esas presencias, pues es apremiante construir una constelación
de afectos y saberla presente, integrándose vivencialmente a ella. Para que una
presencia sea significante, para que cuente, no basta estar ahí. No es
suficiente poner el bulto, es indispensable irradiar afecto. Es necesario desear
estar con la persona y ella con nosotros. Ello implica hacer un acuerdo, tácito
o explícito, de tener tiempo juntos, de compartir un espacio común y
manifestarse afecto de una forma adecuada.
Pero también hay ausencias que son
presencias. El hombre muy lejos del hogar dispone de recuerdos. Una casa que ha
sido habitada por afectos no será jamás un desierto desolado. La acción sobre
los demás se efectúa por medio de la presencia presente o de la ausencia
presente. Se definirán estos términos que serán muy útiles para entender la
dinámica interpersonal.
Presencia presente: es la unión de la presencia
física y la presencia afectiva. Se necesita estar juntos; para ello se
inventaron la sala, la mesa de comedor, las celebraciones, las vacaciones, el
fin de semana. Para el desarrollo afectivo del niño son indispensables los
paseos, el helado, el aprendizaje de montar en bicicleta, el cuento leído en
compañía, la tarea hecha juntos. La presencia presente se manifiesta por el
tacto, la caricia física, la sonrisa, el diálogo. Así se construye un puente
entre dos seres.
Ausencia presente: no está la presencia física, pero sí la
afectiva; se siente su ausencia presente. Así la soledad estará habitada. La
vida hace imposible estar físicamente juntos todo el tiempo, pero se pueden
crear hilos invisibles que hagan estar en contacto a distancia. Por ello se
inventaron el teléfono, las cartas, las flores, los regalos, la grabadora, los
videos, las fotos. Y, además, ayuda intensamente la memoria, pues los recuerdos
son lumbre y fuego en épocas adversas.
Es conveniente cierta dosis de
ausencia presente, pues una presencia ubicua puede ser opresiva. Un hijo crecerá
más independiente y seguro con cierta ausencia presente; además, sabrá valorar
en su plenitud la presencia presente cuando la tenga. Que vaya a fiestas solo,
que duerma donde los amigos, que pase unos días con los abuelos. Pero esa dosis
de ausencia presente no debe ser excesiva. Se deben evitar las ausencias
innecesarias y por tiempo prolongado, en especial en los primeros años. Una
fotografía no reemplaza un beso de buenas noches, pero sí mitiga una
ausencia.
Presencia ausente: está el bulto, pero nada más. Son presencias
frías, lejanas, aisladas, a veces hostiles, agresivas, violentas. No manifiestan
cercanía. El cónyuge está metido en el trabajo que llevó a casa. Los padres
están sumergidos en el periódico, en el bar, en el hobbie que los obsesiona. El
niño es así una interferencia molesta. Y el mayor extremo de presencia ausente
es la gente que vive ensimismada rumiando soledad y amargura, y destilando
rencor y logrando contagiar a otros.
Ausencia ausente: la persona no está y
no significa. Ello ocurre en muchos más hogares de los que es posible imaginar.
Se puede estar ausente por muerte, y es quizá la ausencia que menos duele. Por
ejemplo, las viudas transmiten generalmente a sus hijos un recuerdo idealizado
del difunto.
O se está ausente por no reconocimiento. La paternidad
irresponsable, tan común aún, y que se traduce en no darle el apellido al hijo,
en no cuidar de sus necesidades materiales elementales. O se está ausente por
abandono. Este puede ser total, generalmente se deja a la madre con sus pequeños
hijos encadenada a pasar penurias y barreras casi insalvables en el desarrollo
adecuado de los hijos.
O parcial, como esa negligencia continuada para
dar afecto, para atender adecuadamente sus necesidades materiales. Cuando el
afecto del niño choca contra un muro de egoísmo se llena de resentimiento. O se
está ausente por separación de los padres. Es una forma en aumento, que duele y
traumatiza.
Uno de los grandes deberes como padres es el de generar
presencias presentes y ausencias presentes, con el fin de crear para los hijos
unos modelos de identificación, una constelación de afectos, una red de cariño.
Es la mayor responsabilidad. A veces se cree que el tiempo es de calidad si es
intenso, si una actividad excitante se sigue a otra. Ello no es así, es el
afecto el que debe ser intenso.
Cada actividad debe ser efectuada
gustosamente, manifestándole al hijo que su sola compañía es iluminante,
suficiente para llenar de alegría el tiempo compartido, el cual será de calidad
únicamente si la presencia es presente. Y la ausencia solamente será
constructiva si es una ausencia presente.
Fransisco Javier Leal Caicedo
Pediatra y filósofo