Por Leandro Albani*. Un relato perteneciente al libro Caminos y celebraciones, en prensa.
Con Julio nos conocemos de pibes, le dijo a ella, que lo observaba con una mueca de ternura que trataba de mantener. Somos del mismo barrio y siempre nos juntábamos en la plaza con los otros chicos para jugar al fútbol o ir hasta la estación de trenes y andar toda la tarde colgados de los vagones abandonados. Ella lo tomó de las manos y se las besó, mientras él soplaba suavemente un mechón de cabellos negros y suaves que caían sobre su cara. Hicimos el colegio juntos y después, cuando arrancamos la facultad, nos seguimos viendo. Es un poco raro eso, porque en ciertos momentos las amistades se distancian, uno empieza con las responsabilidades y conoce gente nueva, se hace otros amigos, pero con Julio eso no pasó.
Esto nunca lo hablamos, pero se fue dando así, no por casualidad, pero me imagino como un acuerdo tácito. Somos amigos y como buenos amigos las pasamos todas. Él sonrió, la miró a los ojos y besó su frente. Ella seguía sosteniendo sus manos y no sabía cómo interrumpirlo. La nuestra es una amistad con mucha confianza y pocos quilombos. A veces, se dicen cosas por atrás o se arman algunos revuelos entre amigos porque se habla de más o de menos, pero con Julio mantenemos una relación casi de hermanos, y por eso trato de hacer lo imposible para que se recupere. Fue duro lo que le pasó, nadie se lo imaginaba. Para colmo, habían decido vivir juntos, pero viste lo que son las vueltas de la vida, un día encontrás la felicidad en la esquina, y al otro día un baldazo de agua fría. Pero bueno, creo que se va a recuperar sin problemas y ya le dije que estoy a su disposición.
Ella le acarició la cara y lo besó en una mejilla. Se dio cuenta, aunque lo sabía hacía mucho tiempo, todo lo que amaba a ese hombre. Él continuaba sonriendo. Me parece que lo que mejor pasamos fue ese viaje por todo el país después de recibirnos. Dijimos que tantos años de estudio iban a tener una recompensa que no fuera un laburo asegurado, entonces agarramos las mochilas y nos tomamos el tren hasta Bahía Blanca. De ahí llegamos a Tierra del Fuego y empezamos a subir. Es extraño, con Julio nos fuimos solamente dos veces de viaje. A veces pienso que esto nos hizo todavía más amigos, no depender uno del otro y no hacer de nuestra relación un círculo asfixiante y cerrado. Esto que te estoy contando casi nunca lo hablamos. Ella intentó decirle algo, pero no tuvo coraje. Lo siguió observando mientras él tomaba un sorbo de café, como lo hacía durante las tardes. Ella se dijo que en algún momento iba a tener que hablar. Viste cómo somos, nos cagamos de risa cada vez que nos encontramos. Después, si querés, lo llamamos y vamos a cenar a su casa. Aparte vos los conocés y sabés cómo se preocupa por la gente que quiere. Por eso, ahora que anda en la mala hay que darle ánimo y esas personas que él aprecia ya le están respondiendo.
Me parece que lo que le sucedió me toca más de cerca y cuando me lo contó, le dije que iba a hacer lo que fuera para verlo mejor. Y creo que cambió un poco desde aquella vez, tiene mejor cara al menos. Todavía me acuerdo cuando nos peleamos con nuestras primeras novias. Éramos pendejos y parecía que se nos derrumbaba el mundo, cosa de pibes. Él se levantó, sonrió, caminó hacia la cocina y dejó el pocillo vacío sobre una mesa. Ella le dijo que trajera agua. Después, cuando mi vieja tuvo el accidente, no me olvido más de lo que hizo. Estuvo con mi familia todo el tiempo, parecía uno más de nosotros, haciendo trámites, llevando a mis hermanos al colegio y los dos sosteniendo a mi viejo para que no se nos caiga. Otra de las cosas que siempre me parecieron curiosas, es que no tenemos mucho en común. Estudiamos carreras totalmente diferentes, yo soy bastante despelotado y él con su perfeccionismo de ingeniero, ni en la música ni en lo que leemos nos parecemos demasiado, y mucho menos con el fútbol. Pero es un tipo para querer, viste que no tiene problemas y cada vez que nos vemos la pasamos como nunca. Mirá si tendremos pocas cosas en común que él mide como un metro noventa y yo paso justo el metro sesenta.
Ella lo besó en la boca y lo tomó de las manos nuevamente. Él se dejó besar y sintió que esa mujer era su vida. Le dijo que iba a llamar a Julio, le va a hacer bien que vayamos a su casa y charlar un rato. Yo lo veo mejor, con más entusiasmo. Además podemos salir, así se despeja la cabeza y se olvida del mal trago un rato. Ella le soltó las manos y habló.
-Juan, tenés que superar esto. Julio se suicidó hace tres meses.
(*) El autor nació el 30 de junio de 1980 en la ciudad de Pergamino, provincia de Buenos Aires. Ha publicado los libros de cuentos Mapas nocturnos y En el barro.
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